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La libertad de expresión ilimitada que da la tecnología es, en el fondo, una ficción



Por Gabriela Oliván. Decir o no decir, el dilema en la era de las plataformas sociales La espiral de silencio y el rol central que juegan los medios y las propias plataformas En la era de las plataformas, parecería que las personas tenemos más libertad que nunca para expresarnos. No hace falta ser famoso, rico, culto ni aún original para expresar abiertamente una opinión que puede volverse viral y llegar a miles de personas. El único requisito es tener un teléfono inteligente conectado a la red.


En la era de las plataformas, parecería que las personas tenemos más libertad que nunca para expresarnos. No hace falta ser famoso, rico, culto ni aún original para expresar abiertamente una opinión que puede volverse viral y llegar a miles de personas. El único requisito es tener un teléfono inteligente conectado a la red.


Pero esta libertad de expresión ilimitada que nos da la tecnología es, en el fondo, una ficción. Las personas tenemos la capacidad técnica de expresarnos abiertamente pero como en otros momentos de la historia, existen mecanismos de control social que "regulan" esa libertad.

Hasta hace poco, cuando el mundo era más analógico que digital, la cultura de un pueblo, integrada por sus valores y creencias, funcionaba como ordenador de lo que estaba bien decir y hacer. Y si esto no era suficiente, el Estado y las instituciones, especialmente las religiosas, se encargaban de encausar la "opinión pública".

Hoy, las cosas han cambiado. En el modelo descentralizado en el que vivimos, la opinión de la mayoría funciona como ordenador. ¿Cómo? A través de lo que politóloga Elisabet Noelle-Neumann llama 'la espiral del silencio' un mecanismo psicológico por el cual las personas que se consideran parte de una minoría cambian su comportamiento o se "silencian" para ser aceptadas y pertenecer a un grupo. En otras palabras, cuando las personas sienten que su libertad de expresión está amenazada, callan.


En este proceso, los medios y las redes sociales juegan un papel fundamental. Simulan ser espacios abiertos al debate y al intercambio de ideas, pero en el fondo refuerzan una posición que genera en el oyente una falsa sensación de que es una opinión más extendida de lo que es en realidad.


En el caso de las plataformas, la simulación es más sofisticada porque se basa en algoritmos secretos que priorizan los mensajes más compartidos y con mayor carga emocional. Este fenómeno produce una distorsión que hace imposible todo debate, todo propósito que ponga el acento en los hechos o invoque la razón.

De esta manera, se profundiza la grieta. Tanto los que se sienten parte de la opinión "mayoritaria" como a los que no, se concentran en aldeas digitales donde sienten mayor libertad para expresar sus ideas sin amenazas o censura social pero que, justamente por eso, no generan debate, ni intercambio. Por eso, en estos contextos, la libertad de expresión también es una ficción.


¿Cómo se resuelve? La solución es compleja y en mi último libro "Comunicación 5.0, del impacto tecnológico a la colaboración" esbozo algunas ideas:


Por un lado, la promoción de una nueva ética o ciudadanía digital que insista en la importancia del debate. La libertad de expresión no se define sólo por el hecho de poder hablar, también significa que aquel a quien uno se dirige tenga la posibilidad de responder y que lo haga con responsabilidad y respeto.

Por el otro, es necesaria una nueva mirada sobre las regulaciones que, lejos de la súper-censura o la de la persecución de las minorías, ordene el ciberespacio y transparente los discursos complotistas, las falsas informaciones y el funcionamiento de los algoritmos desarrollados y administrados por actores privados como Facebook y Google. Finalmente, todos estos cambios deben basarse en procesos colaborativos que involucren a distintos actores sociales y abarquen la complejidad.


En síntesis, la libertad de expresión es un derecho en extinción. Es un problema que genera ruidos, excesos e incomodidad, pero también es la única solución para combatir la fantasía de un discurso mayoritario que ahoga a todos los demás.





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